martes, 18 de marzo de 2008

Un recorrido por la Semana Santa

Por: Jesus Alberto Silva Pbro. Delegado de Liturgia
Comentarios:padretico@yahoo.com



(En Semana Santa la Arquidiócesis de Bucaramanga lo invita a vivir en recogimiento y oración la pascua de la resurrección; la pascua de la esperanza).

Durante la Semana Santa la Iglesia celebra lo que podemos llamar como la culminación de la gran obra de salvación de Dios por medio de su hijo Jesucristo y el inicio de la nueva Alianza entre Dios y la humanidad. Es un tiempo para buscar y comprender a Jesús: Jesús que ama, que muere, que resucita. Es una semana de conversión y de oración. Dios se ofrece a quienes lo buscan.

Domingo de Ramos


El Domingo de Ramos inicia la Semana Santa con el recuerdo de las palmas y de la pasión, de la entrada de Jesús en Jerusalén. Pero no una entrada de Jesús como el esperado Rey, sino como humilde ‘servidor’ que vive de la palabra de Dios. En este domingo se lee la pasión en forma muy solemne y así nos introduce en el espíritu de Semana Santa

Los Ramos de olivos tienen un significado: en aquel entonces los olivos eran uno de los tantos símbolos de vida. Los ciudadanos de Jerusalén ven a Jesús trayendo ‘vida’ al paso por el monte de los Olivos y buscan ramas para saludarlo.

¿Qué vas a hacer esta semana para acercarte más a Jesús y ser portador de vida y esperanza?



Santo Triduo Pascual


El santo Triduo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor es el punto culminante de todo el año litúrgico, ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la perfecta glorificación de Dios: por su misterio pascual, muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida.

La celebración del Triduo Pascual no es, por tanto, un simple recuerdo subjetivo de unos hechos acaecidos en el pasado. Por medio de los ritos pascuales los fieles revivimos, en el presente siempre continuo de la Iglesia, los misterios salvíficos de nuestro Señor Jesucristo; participamos de su pasión y glorificación; accedemos a los tesoros de la redención obtenida con el precio de su sangre...

No basta, sin embargo, esta donación objetiva de la gracia salvadora: cada fiel necesita unirse personalmente a Cristo, paciente y glorioso. De aquí que, como recuerda la Iglesia, durante estos días sea muy conveniente que cada fiel muera al pecado y renazca a la gracia por medio de la recepción del sacramento de la Penitencia, de modo que avance en su identificación con Jesús que, inocente, muere por los pecados de los hombres.

Cada celebración del Triduo presenta una fisonomía particular: la tarde del Jueves Santo conmemora la institución de la Sagrada Eucaristía; el viernes se dedica entero a la evocación de la pasión y muerte de Cristo en la cruz; durante el sábado la Iglesia medita el descanso de Jesús en el sepulcro; por último, en la Vigilia Pascual, los fieles reviven la alegría de la resurrección.

La praxis litúrgica actual de la Iglesia romana considera que el Triduo Pascual de la Pasión y Resurrección del Señor comienza la tarde del Jueves santo con la Misa in Cena Domini y culmina en la Vigilia de la Pascua, cerrando con las vísperas del Domingo de Resurrección. El derecho establece que el viernes es día de ayuno y abstinencia. Los colores litúrgicos son: blanco para el Jueves, para la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección y rojo para el viernes Santo. La Vigilia Pascual debe comenzar después de caída la noche y antes de despuntar el alba.

Jueves Santo

La Misa vespertina in Cena Domini abre el Triduo Pascual de la Pasión y Resurrección del Señor. La Iglesia de Jerusalén conocía ya, en el siglo IV, una celebración eucarística conmemorativa de la Última Cena y de la institución del sacramento del sacrificio de la cruz. A finales de la misma centuria esta tradición se vivía también en numerosas Iglesias de Occidente, pero habrá que esperar hasta el siglo VII para encontrar los primeros testimonios romanos.
La celebración eucarística in Cena Domini conmemora un triple misterio: la institución de la Sagrada Eucaristía, la institución del sacerdocio de la Nueva Ley y el amor infinito de Cristo por los hombres con su mandamiento sobre la caridad fraterna, manifestado con el signo del lavatorio de pies. Los dos últimos misterios encuentran su fundamento en el sacramento eucarístico, fuente de todo don y máxima expresión de la entrega a los demás.


En la última cena Jesús celebraba con sus discípulos la cena de la Pascua Judía. Ésta fue celebrada por primera vez en Egipto, en virtud de una orden dada a Moisés por Dios. El 14 del mes de Nisán Abid, y de acuerdo con el mandato divino, cada familia hebrea sacrificó un cordero con cuya sangre fueron teñidos el dintel y las jambas de la puerta de las viviendas. Esto sucedió a fin de que el ángel exterminador, que había de dar muerte a los primogénitos de los egipcios, perdonase a los judíos. Este milagro, al que siguió el de la separación de las aguas del mar Rojo, debería conmemorarse anualmente con idéntico sacrificio. Celebrada por segunda vez en el Sinaí y a la salida del desierto, la pascua fue desde entonces para los judíos la fiesta religiosa por excelencia, evocadora de la providencial liberación del pueblo hebreo de su triste esclavitud bajo los egipcios e impregnada de un profundo significado histórico, social y familiar. En este contexto Jesús da inicio a una nueva Pascua e instituye la eucaristía, invitándonos a celebrarla continuamente en su memoria. La eucaristía será para los cristianos comida de Nueva Alianza.

La Pascua cristiana, conmemorativa de la Resurrección del Salvador, se solemnizaba en los albores del cristianismo al mismo tiempo que la Pascua hebrea, pero ya en el siglo II surgieron controversias entre los fieles del Asia Menor y la Iglesia romana acerca de la fecha en que debería celebrarse. El primer concilio de Nicea resolvió que fuese el domingo siguiente al 14 de Nisán, es decir, el domingo después de la luna llena que sigue el equinoccio de marzo. La situación de esta fiesta en el calendario puede variar en 36 días y de ella depende la de las fiestas movibles de la Iglesia Católica.

Viernes Santo
El Viernes Santo conmemora la Pasión y muerte del Señor.

Dos documentos de venerable antigüedad – Traditio Apostólica y Didaskalia Apostolorum- testimonian como práctica común entre los cristianos el gran ayuno del Viernes y Sábado previos a la Vigilia Pascual. Sin embargo habrá que esperar hasta finales del siglo IV d. C para encontrar, en Jerusalén, las primeras celebraciones litúrgicas de la pasión del Señor. Se trataba de una jornada dedicada íntegramente a la oración itinerante: los fieles acudían del cenáculo –donde se veneraba la columna de la flagelación- y al Gólgota, donde el obispo presentaba el madero de la cruz. Durante las estaciones se leían profecías y evangelios de la Pasión, se cantaban salmos y se recitaban oraciones.

Los testimonios más antiguos de una liturgia del Viernes Santo en Roma proceden del siglo VII d. C. El oficio romano actual, recuperado a partir de la reforma de Pío XII y Concilio Vaticano II, contiene los tres elementos de la antigua liturgia presbiteral romana: liturgia de la Palabra –incluye tres lecturas y oración universal, adoración de la Cruz y comunión.

La teología del Viernes Santo es particularmente rica: durante este día la Iglesia conmemora la Pasión de su Señor y Esposo, adora su Cruz, recuerda su nacimiento del costado de Cristo y, por la plegaria universal, intercede por la salvación del universo.

El Viernes Santo es, para el cristiano, un día de esperanza y confianza en Dios en medio del dolor: los sufrimientos de Cristo atraen la benevolencia del Padre al mundo. La Cruz, símbolo del patíbulo y de la ignominia, es adorada: el instrumento de la humillación se ha convertido en el término de la gloria. Hoy, el cristiano se encuentra de modo especial con la Cruz: recuerda así que, para ser fiel discípulo del Maestro, deberá tomar su cruz de cada día y que sólo ella es la respuesta a las ansias de salvación y liberación de una humanidad que gime bajo el peso de los pecados.

El Viernes Santo se reza el vía crucis, que consiste en una serie de estaciones que recuerdan el Camino de Jesús al calvario deteniéndose a meditar en cada estación.

Este día no debe ser de llanto ni de luto, sino de amorosa y gozosa contemplación del sacrificio del que brotó la Salvación. Cristo no es un vencido sino un vencedor, un sacerdote que consuma su ofrenda que libera y reconcilia. Por eso nuestra alegría.

Sábado Santo


El sábado santo, denominado Gran Sábado por los cristianos de Oriente, honra el descanso de Cristo en el sepulcro, su descenso a los infiernos y su encuentro con cuantos esperaban la apertura de los Cielos. Este día los cristianos se recogen en silencio y, mediante la oración y el ayuno, esperan la Resurrección del Señor. Por esta razón, la Iglesia no conoce reunión litúrgica alguna fuera de la celebración cotidiana de las Horas.

En los primeros siglos de la historia de la Iglesia el Sábado Santo se caracterizaba por ser un día de ayuno absoluto, previo a la celebración de las fiestas pascuales.

El Sábado Santo debe ser para los fieles un día de intensa oración, acompañando a Jesús en el silencio del Santo Sepulcro. Parece que la historia de Cristo ha terminado, que la causa de Dios se ha perdido. Pero Jesús desciende a los infiernos para librar a los justos de la Antigua Ley en premio a su vida de fe en las promesas mesiánicas. El cristiano, unido a los dolores de María, sabe que el silencio de Dios en el mundo es sólo aparente y se llena de esperanza para la vida futura.

La celebración del sábado por la noche es una Vigilia en honor del Señor según una antiquísima tradición, de manera que los fieles tengan encendidas las lámparas como los que aguardan a su señor cuando vuelva para que, al llegar, los encuentre en vela y los haga sentar a su mesa.

La Vigilia Pascual
La Vigilia Pascual, la noche santa de la Resurrección del Señor, es considerada como <> (San Agustín, Sermón 219). En ella la Iglesia espera velando la Resurrección de Cristo y la celebra en los sacramentos.

Desde el siglo II, la Iglesia celebra una fiesta específica como memoria anual de la Pascua de Cristo, aunque las distintas tradiciones subrayen uno u otro contenido pascual: Pascual- Pasión (se celebra el 14 de Nisán, según el calendario lunar judío y acentuaba el hecho histórico de la Cruz) y Pascua- Glorificación que, privilegiando la resurrección del Señor, se celebra el domingo posterior al 14 de Nisán, día de la Resurrección de Cristo. Esta última práctica se impuso en la Iglesia desde comienzos del siglo III.

La Vigilia Pascual es el quicio de todo el misterio de la Pasión y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Con la Noche Santa culmina el Santo Triduo e inicia el tiempo pascual: comienza cuando Cristo descansa aún en el sepulcro y termina en la madrugada del día consagrado a la gloria de la resurrección del Señor. De aquí su contenido teológico encierra el misterio de Cristo salvador y del cristiano salvado.

La Vigilia Pascual posee hoy día una estructura litúrgica articulada a partir de ritos con un hondo carácter simbólico: lucernario o liturgia de la luz, liturgia de la Palabra, liturgia bautismal y liturgia eucarística.



La Liturgia de la luz tiene su origen en el antiguo oficio de <>, que se celebra cada anochecer con la bendición de las lámparas. El rito actual simboliza a Cristo luz del mundo que, con su muerte y resurrección, vence a las tinieblas del pecado. El oficio de lucernario consta, a su vez, de bendición del fuego, bendición del cirio, procesión y pregón pascual.



Domingo de Pascua de Resurrección


La palabra pascua quiere decir “paso”, “pasar”. La pascua de Jesús no es otra cosa que celebrar el paso de Dios en medio nuestro. Celebrar la pascua no es sólo recordar la Pascua de Jesús, sino decidir si queremos o no que haya un paso salvador del Señor por nuestras vidas.

La resurrección de Cristo nos invita a una renovación personal. Hoy damos gracias a Dios por su amor y por su triunfo sobre el pecado y le pedimos que siga transformando nuestras vidas en la presencia de su Hijo Resucitado entre nosotros.

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